viernes, 28 de septiembre de 2012

Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Pamplona

Ver cómo una cuadrilla de operarios se afana en la Plaza del Castillo en la instalación de las casetas de la Feria del Libro Antiguo me pone. Me pone tanto como a otras personas les excita la víspera de atacar las rebajas.

Porque esos días en los que las casetas rodean el kiosko de nuestra plaza son una ocasión para mi placer. Para un placer solitario, casi masturbatorio, de tardes a primera hora, cuando hay poca gente y puedes pasar una horita manoseando libros mil veces manoseados. Y gastarte en unos pocos días un buen puñado de euros en libros más o menos nuevos, en esos libros descatalogados, que has buscado muchas veces y que nunca has encontrado y que, de repente, se aparecen ante ti, como si te hubieran estado esperando toda la vida. Y a precio de saldo, oigan.

Así que, cada tarde de estos finales de septiembre y comienzos de octubre, es muy posible que me veáis llegar a casa con una bolsica con dos o tres libros, que tal vez nunca llegue a leer, pero que serán míos.

Míos.

Para siempre.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Tu alma en la orilla

Cuando conoces a Ignacio Lloret, te apabulla, sin duda. Al menos a mí, porque es una de esas personas dueñas de un cerebro más rápido que Usain Bolt sobre el tartán, con una capacidad de expresión oral desmesurada, inteligente, erudita.

Y cuando te acercas a su obra temes que te entre una especie de estrés lector y acabes por sentirte empequeñecido.

Así que, cuando al más puro estilo cazautógrafos, le pedí que me firmara un ejemplar de Tu alma en la orilla, en la Feria del Libro del pasado junio, decidí dejar reposar su libro unos meses, hasta que llegara el otoño.

Porque ese recorrido por un puñado de playas, en las que desgrana con madurez y perspectiva una historia de amor, tiene algo de otoñal, de reposado, de cielos grises y pies descalzos sobre la arena. Relajante, en suma, con una forma de escribir que, a través de sus páginas, te lleva a mirarte a ti mismo, pausadamente, de una forma muy alejada de esa imagen de torbellino que transmite cuando hablas con él.

El tío, además de culto, es listo, y sabe manejarse juntando letras. En poco más de ciento cincuenta páginas, bordea con fundamento la poesía, el libro de viajes, el diario personal, el relato corto e, incluso, la psicología. Es un libro en el que, evidentemente, ha dejado su alma. O no, pero lo parece, y eso es lo bueno de la literatura buena.

Sé que no será un bombazo, pero sí que va a ser un libro de largo recorrido, de los que crecen con el boca a boca, o el blog a blog.

Porque es, sencillamente, acojonante.


 

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Novela negra sudafricana (II)

Alexander McCall Smith no es negro ni sudafricano. ¿Qué hace aquí, pues? Tranquilidad, que hay motivos, sí, hay motivos.

El primero, Bulawayo, su lugar de nacimiento, en Zimbabwe, aunque entonces (1948) el país se llamara Rhodesia o, mejor dicho, Rhodesia del Sur, y fuera colonia británica. Pese a haber vivido mucho tiempo en Escocia, la tierra de sus ancestros, en la actualidad este profesor universitario pasa la mayor parte del año en Botswana.

Y es en este país donde Alexander ambienta su exitosa serie de novelas en torno a la primera agencia de mujeres detectives de África.

Tal vez no sea exacto clasificar estas novelas dentro del género negro, pese a su carácter policíaco o detectivesco. A mi entender, se encuentran más bien cercanas a la tradición missmarpleiana, si se me permite la etiqueta; son unas historias amables, deliciosas, que se leen con infinito placer y que retratan las vidas sencillas de gentes africanas sencillas.

De hecho, considero que, por encima de la propia trama, resultan más interesantes el carácter de Precious Ramotswe, tan orgullosa de ser una mujer de complexión tradicional, y el de los personajes que la rodean, como su compañera Mma Makutsi, su marido el señor Matekoni y los ayudantes de este en su taller mecánico.

Lo dicho, las novelas de Alexander McCall Smith constituyen un placer sencillo pero delicioso, y muy alejado de los tópicos de tramas policíacas complejas, trepidantes y llenas de acción y tiros.

Si es que hasta el propio Alexander tiene cara de buenazo.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Lady Soames, última gobernadora de Rhodesia

Me anunciaba el otro día un amigo escocés, de origen papúo-neoguineano, que Londres, mientras clausura los Juegos Paralímpicos, se prepara para la celebración del nonagésimo cumpleaños de la Baronesa Soames.

Nacida el 15 de septiembre de 1922, Mary Soames, hija del Premio Nobel de Literatura y ex primer ministro británico Winston Churchill, sirvió durante la Segunda Guerra Mundial en el Servicio Voluntario Femenino, atendiendo las baterías antiaéreas que defendían Londres de los bombardeos alemanes.

En 1947 se casó con el político conservador Christopher Soames, de quien enviudó en 1987, y es Comandante de la Orden del Imperio Británico.

Su marido, Lord Soames, recibió en 1979 de la reina Isabel II uno de los nombramientos más difíciles de su carrera: el cargo de gobernador de la colonia británica de Rhodesia del Sur.

Fue ese el año en el que, fruto de los Acuerdos de Lancaster House, la República de Rhodesia perdió su independencia proclamada unilateralmente en 1965 y retornó al seno de la Corona británica. Se ponía fin de esa manera a quince años de gobierno de la minoría blanca, encabezada por su líder Ian Smith, y a una década de guerra civil.

La tarea del matrimonio Soames no fue fácil: desarmar a los distintos grupos guerrilleros y preparar al país para las primeras elecciones multirraciales y su independencia, bajo el nombre de Zimbabwe, en 1980, siendo ya primera ministra británica Margaret Thatcher.

Y fue Lord Soames quien firmó, en nombre de la Reina, el diploma de agradecimiento para el padre de Sandra Bokosa, protagonista de mi novela Beautiful Rhodesia, por sus servicios prestados a la Corona.

En el siguiente vídeo podemos observar a Lord y Lady Soames, dando la bienvenida a las autoridades internacionales que llegaron a Zimbabwe para asistir a aquella histórica proclamación de independencia.

 

martes, 4 de septiembre de 2012

Monumento a la Insumisión

Como suele ser costumbre en esta ciudad, de un día para otro aparecerá una excavadora y se llevará por delante los muros de piedra centenaria de la cárcel de la calle San Roque s/n.

Que no digo yo que haya que conservarla, ojo, ni tampoco que no, pero el caso es que me han venido a la memoria unas batallitas de abuelo Cebolleta de aquellos finales de los 80 y principios de los 90, de cuando unos cuantos centenares de jóvenes navarros entregaron su libertad a cambio de la supresión del servicio militar obligatorio, de la puta mili, vamos.

Foto de Ketari, tomada de http://ketari.nirudia.com/15887

Hoy me he acordado de ellos, y de los que en Navidades dábamos vueltas alrededor de aquel hogar provisional suyo cantando villancicos antimili ciertamente irreverentes o nos acercábamos un rato con la txaranga para animarles los Sanfermines.

Y me he acordado también de aquella última gran victoria del pueblo frente al estado.

Supongo que en estos tiempos en los que algunas voces hablan de recuperar la semana laboral de seis días no tardarán en aparecer los que aboguen por la recuperación de la mili.

Así que propongo que en ese solar, o al menos en nuestros corazones, erijamos un monumento a la Insumisión, y al sargento que lo tiren al pilón.

Hoy me siento orgulloso de vosotros, chicos, de vuestro valor y de lo mucho que os debemos, aunque tengáis, tengamos, más tripa y menos pelo.



 

lunes, 3 de septiembre de 2012

Novela negra sudafricana (I)

El verano suele ser buena época para hincarle el ojo a todas esas lecturas retrasadas o recomendadas que se te han ido acumulando en la estantería.

Entre tantas sugerencias no me suelen faltar novelas islandesas, suecas o noruegas, pero uno ya está un poco cansado de nombres de calles llenos de consonantes, de nieve y de circulicos encima de la letra A.

Así que este verano, y haciendo caso de Ricardo Bosque, he cambiado de hemisferio y he saltado al cono sur africano.

La literatura sudafricana es mundialmente conocida por sus recientes premios Nobel Coetzee y Gordimer. Pero las figuras que llaman la atención de los amantes del género negro son James McClure, Deon Meyer, Roger Smith, Margie Orford y el zimbabwoescocés Alexander MacCall Smith.

James McClure nació en Pietermaritzburg en 1939 y falleció en Inglaterra en 2006. Periodista de profesión, abandonó su Sudáfrica natal como muchos otros blancos opositores al apartheid. En su exilio británico concibió a la pareja de policías formada por el afrikáner Tromp Kramer y el bantú Mickey Zondi. Policía blanco y policía negro que se dedican a investigar crímenes en la Sudáfrica de la segregación racial de los años 60 y 70.

Aparte de las elaboradas tramas, del ritmo y originalidad de su prosa (rondando a veces lo sobrenatural), sus novelas conforman una fotografía fiel de aquel régimen político que clasificaba a las personas según su color de piel, un régimen obsesionado por la diferencia, no solo entre blancos y negros, sino entre xhosas y zulúes, entre mestizos e indios, entre boérs e ingleses. Así, McClure no duda en retratar con fidelidad los contrastes dentro de la propia minoría blanca, con una población afrikáner rural, algo bruta, ferviente seguidora de la Iglesia Luterana Reformada Holandesa, autoencomendada con la sagrada tarea de civilizar el sur de África, y una población anglófona, intelectual y urbana, y tan racista como los viejos boérs.

Aun así, por encima de los odios raciales, McClure consigue establecer un vínculo de complicidad y camaradería entre Kramer y su cafre Zondi, conformando una de las mejores parejas negroliterarias con las que me he encontrado nunca.

Actualmente, están disponibles en castellano La Canción del Perro (Ed. Reino de Cordelia), última novela escrita por McClure pero en cierto modo la primera de la saga, y la excelente y descarnada El leopardo de la medianoche (Ed. Funambulista). Ambas, por supuesto, más que recomendables para amantes del etnothriller.