jueves, 20 de marzo de 2014

Siete puentes sobre el Sena, de María José Aguilar Rueda

Por motivos que no vienen al caso, llevo mucho tiempo intrigado con el Sena y, en particular, con uno de sus puentes.

Por eso, cuando me enteré que la novela ganadora del López Torrijos y Montalvá de 2013 se titulaba Siete puentes sobre el Sena, supe de inmediato que María José Aguilar me había ganado como lector.

Al igual que sus predecesoras en el palmarés del certamen, con la excepción de la edición de 2011 (sic), esta novela no es una novela, es un novelón. Afirma María José que es la primera que ha escrito, eso solemos decir todos, aunque hayamos emborronado miles de páginas de historias antes de llegar a ver una publicada, pues bien, de ser cierto, podemos decir que hemos descubierto a una autora que ha nacido con talento para contar historias, para dosificarlas a lo largo de unos capítulos que saben agarrarte la mano y llevártela a pasar página tras página, para avanzar con la protagonista en el descubrimiento de los secretos de la vida de su abuela, viajando de la España rural actual al París de finales de los años 40 del siglo pasado.

Con pinceladas de historia romántica, combinada con toques de misterio, María José es equilibrada en las formas y en la trama, sabe evitar caer en la cursilería, en el lenguaje almibarado o en investigaciones inverosímiles. Adorna la novela, además, con guiños a algunos de mis ídolos literarios juveniles como Tolkien, Ende, Hergé o Conan Doyle y muestra un cariño desmedido por las formas tradicionales de edición de libros.

Siete puentes sobre el Sena es, pues, una novela imprescindible para quienes gusten de las historias bien hilvanadas, concisas, cercanas y bien escritas.

Confío en que este premio la impulse en este mundo que, a la vista está, se le da tan bien.

Enhorabuena.


María José, con José María López Torrijos y Jesús Muñoz (foto del blog de la autora)
 

miércoles, 19 de marzo de 2014

Peñas de Pamplona, una historia viva

Faltan ya pocos días, muy pocos, para presentarnos en sociedad; días, por otra parte, de ilusión, de esperanza y de nervios. Y de ganas de que todo salga bien.

Faltan, sí, pocos días para que vea la luz este proyecto en el que he estado inmerso durante tres años y medio.

Un proyecto ambicioso, multidisciplinar, un proyecto que recoge el esfuerzo de docenas de personas que hemos querido rendir homenaje a nuestra ciudad, a nuestras peñas y a nuestras fiestas de San Fermín. Un proyecto que es, en sí mismo, una forma de mostrar al mundo esta manera tan particular que tenemos de entender la fiesta, la cultura y la participación ciudadana altruista.

Durante tres años y medio nos hemos convertido en expertos y expertas en Historia, en Archivística, en Fotografía, en Dibujo, en Diseño, en Investigación, en Maquetación.

Por fin vais a conocer el fruto de nuestro trabajo.

Los días 28, 29 y 30 de marzo, en nuestra querida Plaza de Toros, os presentaremos Peñas de Pamplona, una historia viva - Iruñeko Peñak, historia bizia.

Con este libro podrás acceder a más de cien años de historia, de pancartas, de fotografías.

Más de cien años de historia de peñas y todo un futuro por delante.

Solo nos queda esperar que os guste.

Así que os esperamos, esos días, en la Plaza de Toros de Pamplona.



Aquí tenéis el programa (pincha sobre la foto para verlo en grande)

jueves, 13 de marzo de 2014

La dama de Monte Arruit

El pasado 7 de marzo, en Aranda de Duero, este cuento resultó ganador del X Certamen de Relatos por la Igualdad de Género. Para mí iba a ser una jornada de fiesta pero, una vez más, el terrorismo machista nos amargó el día.

Foto: Diario de la Ribera


Aquí os dejo el relato.


La dama de Monte Arruit


Siempre, siempre me han llamado marimacho. ¿La razón? Si te soy sincera, no tengo ni puñetera idea. Tópicos, supongo. Y la gente, la gente, que le gusta mucho hablar, hablar y hablar, hablar por no callar, siempre raja que te raja, sobre los demás, claro, como si no tuvieran bastante con sus vidas; qué simple es la peña, hay que joderse, qué simple, y qué cotilla, y qué imbécil.

         Crecer rodeada de hermanos, jugar a balonmano desde los siete años, maquillarme cuatro veces contadas al año o haber estudiado FP, rama mecánica.

         Por lo visto, eso marca.

         Que te vean siempre con el pelo corto y el mono azul de prácticas manchado de grasa o que no se te haga el coño agua ante el primer chulazo guaperas que te mire en un bar.

         Marimacho.

         Así te llaman.

         Aunque los tíos me ponen, joder, vaya que si me ponen.

         Pero parece que hay uno que no se quiere dar cuenta.

         Aunque ese sea otro tema.

         En fin.

         El caso es que, cuando montamos la fiesta para celebrar mi enganche, no fue demasiada la gente que se sorprendió. Mi madre muy poco y mi padre todavía menos. Y a los imbéciles de mis hermanos les dio igual. Eso sí, mis amigas se hartaron de pedir y, sobre todo, de imaginarse explicaciones.

         A la Legión, qué guay, tía.

         ¿A la Legión? Estás chalada, tía.

         La Legión. Eso estará lleno de tíos, tía.

         Nunca he tenido claro el porqué, pero sentía curiosidad. Curiosidad y atracción. Verles de cría en los desfiles de la tele, en mangas de camisa pese al frío de pelotas, el paso a toda leche, el mentón bien tieso y la cabra, claro, siempre la cabra, la borla del chapiri danzando al ritmo de ese trotecillo tan cómico.

         De aquellos sueños infantiles vinieron estos lodos adultos. Cuando te planteas en serio la idea, las dudas se te agarran al alma y no te sueltan, que si esto que si lo otro, que si es un trabajo vocacional y no estás muy segura, que si es solo para gente muy muy muy convencida. Comerte el coco sobre la almohada, hasta las tantas, los ojos como platos clavados en el techo, pensando en si servirás o no.

         Miedo, miedo al fracaso, miedo a no poder.

         Miedo a no volver.

         Darle vueltas a si no sería preferible buscarse un curro más sencillo, más normal, más como para mí, más femenino, como te llega a decir algún —o alguna— gilipollas.

         Pero no. Te lanzas. Empiezas a prepararte y superas los obstáculos, los que te has puesto tú, los que te pone esta sociedad y toda la retahíla de pruebas físicas y psicotécnicas que hay que pasar antes de que te admitan.     



No fueron fáciles los meses de instrucción en Viator, lejos ya de casa; saltar de la cama a toque de corneta, a formar, a correr, pedregal arriba, pedregal abajo, la mochila cargada, el uniforme empapado de sudor, de lluvia, el hombro amoratado tras cada práctica de tiro y las botas, siempre las putas botas, jodiéndote los pies.

         ¿Novia de la muerte?

         Los cojones, novia de las ampollas.

         La verdad es que éramos pocas. Pocas y, al principio, bastante asustadas. Las damas legionarias. No sabíamos muy bien dónde caíamos, cómo nos iban a tratar, si nos iban a infravalorar, por ser chicas, o a hiperproteger, por lo mismo. Y no sabíamos con cuál de las dos alternativas quedarnos.

         Si es que alguna de ellas era preferible a la otra.

         Pero no hizo falta elegir una, no. Porque al final resultamos ser como todos, sin polla y con tetas, eso sí, pero iguales, como nuestros compañeros, como los caballeros legionarios.

         Y ya hace tiempo que el cuartel Millán Astray se ha convertido en mi casa, nuestra casa, una casa que muchas tardes se escapa de esta carretera de Rostrogordo y se pierde por La Taberna Andaluza, el Döner King de Juan Carlos I, los chanquetes del Caracol Moderno, los boquerones de Casa Juanito o los zocos árabes de las callejuelas del Mantelete.

         Orgullosas de nuestro trabajo, de habernos hecho un hueco respetado en este mundo tan, hasta anteayer, de hombres, solo de hombres, de los más hombres de todos. Y de no haber tenido que, por ello, renunciar a nuestras cosas, a nuestras chorradas y no tan chorradas, a salir de compras, a cotillear, a pintarnos el ojo o a querer ser madres.

         Felices en Melilla.

         Aunque a veces saltemos un fin de semana a la península, a Málaga, por ejemplo, para cambiar de aires y de juerga. Incluso hay ocasiones en las que subo un poquito más, a mi antiguo hogar, para ver a mis padres y a los imbéciles de mis hermanos.

         Ya veo que el ejército en África te sienta de maravilla, hija, no es como en mi época, me suele soltar mi tío, que hizo la mili en el Sáhara, a sesenta grados al sol. Cada vez que le veo, el tío sube la temperatura otros cinco grados; seguro que, para cuando les visite en Navidad, el termómetro de su memoria habrá superado los cien. Imagino que, cuando sea vieja y se me caiga fofo el culo, me pondré igual de pesada recordando el Líbano y Afganistán, las patrullas, las imaginarias, el calor y las bombas.

         Hoy es domingo, anoche tuve guardia, hoy toca fiesta y la aprovecho en la playa de San Lorenzo. El bikini me sienta bien, solo faltaría, con diez kilómetros diarios de carrera continua y no sé cuantas horas de gimnasio. Aunque a veces dé un poco de vergüenza nuestra piel legionaria bronceada a dos colores, con estos brazos que más parecen de ciclista, albañil o taxista.

         Hace un rato que Rafa se ha traído su toalla y se ha sentado a mi lado. Nos llevamos de puta madre, es majo, amable, buen compañero, se puede hablar con él y no es feo. Polvable, dice la cabo Sáez. Y estoy de acuerdo, aunque no sea, ni de lejos, el más guapo del Tercio Gran Capitán. Pero en fin, que yo no busco eso, o sí, ya veremos, yo qué sé.

         —¿Te apetece que hagamos algo esta tarde? —me pregunta.

         Por un momento fantaseo con las opiniones de la cabo Sáez.

         Una vez descartadas, me incorporo, me recuesto sobre los codos y giro la cabeza, mi barbilla señalando al sur, los ojos entrecerrados por culpa del reflejo hiriente del sol sobre la arena y el Mediterráneo.

         —¿Marruecos?

         —No sabía que te gustara fumar —me suelta Rafa.

         —Y me gusta, pero me sienta de culo —le contesto—. Me refería a otra cosa, más en plan tranqui, en plan excursión.

         Rafa pone cara de majadero, esa tan común entre los tíos, y termina por ponerse de pie.

         Se sacude la arena de las piernas y los brazos y me ofrece su mano.

         —En marcha, tía.


Estamos en Monte Arruit. Me he alejado un poco de Rafa, quiero estar sola. Tal vez este sea el motivo por el que yo quiera currar aquí, en el ejército, en la Legión, en África.

         Sí, puede ser.

         Aquellas historias terribles que me explicaba mi abuelo de cría, a la hora de la merienda; que me repetía lo que su tío le contara en su día sobre mi bisabuelo, sobre el padre de mi abuelo, que murió aquí.

         Mi sangre.

         Una no puede evitar el escalofrío. No. Aunque el aire que sople sobre estos pedregales sea seco y caliente. Imaginas a tres mil hombres sitiados, mal armados, mal vestidos y peor calzados, hambrientos, heridos, atrozmente sedientos. Mal dirigidos. Las granadas de mortero de los rifeños, las ráfagas de ametralladora, los disparos aislados en la noche, la fiebre, las bocas secas, el aullar de los animales y los labios despellejados.

         A veces los moros prometen cosas, que les van a hacer llegar víveres, agua, medicinas. Ofrecen treguas, negociaciones. Hay quien les cree, hay quien no. Como hay quien cree que va a aparecer una columna de Melilla en su auxilio, que se lo ha soplado un sargento de Pontevedra, que lo sabe todo, que es inminente. Pero que nunca llega. Como mucho, a veces, un aeroplano deja caer cuatro sacos con comida y hielo, para suplir la carencia de agua. Aunque los paquetes casi siempre aterricen detrás de las líneas de los hombres de Abd-el-Krim.

         Y hay también quien se cabrea, quien no aguanta más, y culpa a los ministros, a los generales, al rey, ¿qué hostias hacen en este puto monte en un país que no es el suyo? ¿Por qué no están aquí los hijos de los ricos? ¿Eh? ¿Por qué? ¿Por qué solo mueren los pobres?

         Indignación. Miedo. Frío. Calor.

         Sed.

         Moscas.

         Agotamiento.

         El 9 de agosto de 1921 el general Navarro recibe un mensaje por heliógrafo. Ha sido autorizado a rendirse. Los soldados de reemplazo españoles, apenas unos críos, amontonan sus armas y se preparan para un humillante y lastimoso repliegue hacia Melilla.

         Pero jamás llegarán a su destino.

         Los guerrilleros de las harkas del Rif asaltan el fuerte y los pasan a cuchillo.

         Así murió mi bisabuelo, sí, y por aquí andará enterrado, lo poco que quedara de él, más bien, aunque ahora, en este pueblo, tampoco quede nada de la época, apenas las ruinas de una aguada, el humilde depósito que abastecía de agua potable al puesto español.

         Sigue soplando este aire seco y caliente, que despeina y enloquece, que te trae el silbido de las balas, los gritos de agonía y el olor a sangre y alpargata.

         Y en Melilla, el pánico. Tras el desastre de Annual, la caída de Nador y Zeluán y la matanza del Monte Arruit, no son pocos los que creen que de un día para otro los rifeños serán capaces de presentarse en la ciudad y saquearla. Los más agoreros disfrutan ya, incluso, anunciando apocalípticos los aullidos, los descuartizamientos y las violaciones. Los que pueden intentan hacerse con un pasaje rumbo a la Península, en unos barcos que no aparecen. La histeria domina el muelle, y los carabineros y guardias civiles se ven obligados a disparar para protegerse de la muchedumbre que los arrolla en avalancha enloquecida.

         La llegada del Tercio de Extranjeros a bordo del vapor Ciudad de Cádiz devuelve la fe a la ciudad asustada, que los recibe entre vítores, esperanzada, aliviada, rescatada.

         Unos meses después de la matanza, la Primera Bandera de la Legión, en la que sirve el hermano de mi bisabuelo, retoma Monte Arruit. Esos legionarios crueles y feroces entierran, entre lágrimas, náuseas y gritos de venganza, los restos degollados, momificados, acartonados, consumidos y resecos de aquellos soldados desgraciados. A su vuelta, el hermano de mi bisabuelo es clemente con mi tatarabuela y mi bisabuela. Les miente, tranquilas, que he podido identificar el cuerpo y enterrarlo cristianamente; tranquilas, tranquilas, que ya descansa en paz.

         Nunca les enseñará a su madre ni a su cuñada embarazada las fotos de aquellos cientos de cadáveres irreconocibles a los pies de los muros del fuerte, pasto del sol y las alimañas.

         —¿Por qué lloras, señora? —un mocosete del pueblo, de unos diez años, con camiseta del Barça, pantalón de chándal y acento bereber, me observa con ojos más grandes que su cara.

         —Es que aquí murió mi bisabuelo. Hace muchísimos años.

         El chaval pone cara de extrañeza, aunque acaba por encogerse de hombros y me sonríe cómplice:

         —Y mi tatarabuelo. Lo mataron los españoles.

         Me acerco y le acaricio la mejilla con la mano todavía húmeda de mis lágrimas escondidas.

         —Eso no volverá a pasar, chaval. Nunca.

         Ya de camino al coche de alquiler, Rafa me pregunta:

         —Y dime, mi querida dama legionaria, ¿estás bien? ¿Has encontrado lo que buscabas?

         No digo nada, pero asiento sutilmente, de forma casi imperceptible. Aunque, para mi sorpresa, parece que Rafa lo nota, asume el dolor de mis recuerdos familiares y cambia de tema, como quien no quiere la cosa, como quien no quiere molestar.

         Giro la llave del contacto y quito el freno de mano del coche de alquiler.

         —Por cierto, chica, ¿quién era ese crío?

         —Un amigo, Rafa, un amigo.

 

jueves, 27 de febrero de 2014

II Historias de Anaita

Ya está en marcha la segunda edición del concurso de microrrelatos Historias de Anaita.

Como el año pasado, existe una categoría adulta y otra txiki y, en ambos casos, en castellano o euskera.

Por ahí andaremos, este año también, en el jurado de las dos categorías de castellano.

Espero que todo salga tan bien como el año pasado.

Si eres socio o socia de la S.C.D.R. Anaitasuna, ¡anímate!

Tienes hasta el 21 de marzo.


Bases completas, castellano ala euskaraz, aquí/hemen.

Y ya tenemos fecha para conocer el fallo:

 

martes, 25 de febrero de 2014

Ganador del X Certamen de Relatos Breves sobre Igualdad de Género

Ya he comentado en otras ocasiones que mi apuesta por la igualdad entre las personas la canalizo a través de la literatura.

Por eso, cuando suena la flauta y te lo reconocen, la alegría es doble.

Como hoy, cuando he recibido una llamada de Azucena Esteban, concejala del Ayuntamiento de Aranda de Duero.

La dama de Monte Arruit, una historia de legionarias destacadas en Melilla, ha ganado su X Certamen de Relatos Breves sobre Igualdad de Género.

Pues eso, que seguiremos luchando por la igualdad.

De todos.

De todas.




martes, 18 de febrero de 2014

Asesinatos archivados, de Didier Daeninckx

El 17 de octubre de 1961, mientras en Argelia se libraban los combates más violentos de su guerra de independencia, una manifestación de argelinos de París, que protestaban por el toque de queda al que se veían sometidos, acabó en masacre.

Esa misma noche, en el fragor de la represión de los gendarmes, un profesor francés de Historia es asesinado. Veinte años después, su hijo, también.

En este marco histórico, Didier Daeninckx construye Asesinatos archivados (ed. Akal), una novela negra colosal que navega entre el thriller político y la intriga policíaca.

Siempre había pensado que los franceses habían tardado demasiados años (casi cincuenta) en sacudirse los fantasmas que rodean la descolonización de Argelia. Tenemos buenos ejemplos en la actualidad, Hombres, de Laurent Mauvignier, o Donde dejé mi alma, de Jérôme Ferrari.

Pero no, con esta novela me he llevado la sorpresa de que el señor Daeninckx ya lo hizo en 1983.

Con un ritmo perfectamente medido y todos los ingredientes del género (inspector de provincias, intereses gubernamentales ocultos, un poco de amor imposible), Asesinatos archivados nos lleva también al otro gran tabú que pesa sobre la conciencia francesa, la colaboración con los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

Desde luego, esta novela me ha chiflado, no solo porque toque palos de la Historia del siglo XX que siempre me han interesado, sino por la forma con la que el autor supo construir la trama.

Y en menos de 200 páginas, que no hace falta un kilo de papel para armar buenas historias, coño.
 

jueves, 6 de febrero de 2014

Zimbabwe en los Juegos Olímpicos de Invierno Sochi 2014

Dicen que en Zimbabwe no ha nevado desde hace más de cincuenta años. Pero este hecho no impide que, por primera vez en la historia olímpica, este país del sur de África participe en unos juegos de invierno.

Y va a ser de la mano o, mejor dicho, de los esquís de un jovencito de 20 años, Luke Steyn, nacido en Harare y que, como tantos otros deportistas blancos de Zimbabwe, vive a caballo entre Europa y Estados Unidos, donde estudia.


Foto AP - Sports Illustrated

Dice que tiene ganas de dar una alegría a su país.

Zimbabwe está detrás de él.

Ojalá tenga suerte.

Kirsty Coventry y la selección femenina de hockey sobre hierba le precedieron.

 

miércoles, 22 de enero de 2014

Novela negra sudafricana (VI)

Si un aspecto destaca en la novela negra sudafricana actual es su absoluta crueldad. En contraposición al género policíaco clásico, en el que la trama criminal suponía una excusa para el entretenimiento, existe ahora un puñado de autores en el sur de África empeñado en que sus novelas reflejen con crudeza la realidad de su país.

Si Roger Smith dibujó una salvaje historia de venganza en Diablos de polvo, si Margie Orford retrató dramáticamente la explotación sexual de las mujeres en Sudáfrica en Preciso como un reloj, la gran estrella del género en ese país, Deon Meyer, no se queda atrás con El pico del diablo, una cruel historia sobre abusos infantiles y que toca otros dramas como la prostitución y el alcoholismo.

Ya hace mucho que Ricardo Bosque, todo un gurú para estas cosas, me habló de Meyer, autor blanco que escribe sus novelas en afrikaáns y, desde entonces, le tenía echado el ojo.

Melchor se acordó hace unos días y me lo puso en el zapato.

El pico del diablo está ambientada en la Sudáfrica actual, ese país que intenta reinventarse tras décadas de apartheid y siglos de dominación blanca sobre la mayoría negra. Y esa tensión racial sobrevuela la historia, con destellos de la complicada relación jerárquica que se produce entre los viejos policías blancos y el resquemor que muestran ante la incorporación de agentes negros en virtud de la discriminación (o la afirmación) positiva.

Más allá de estos aspectos étnicos que siempre me han resultado apasionantes la novela destaca por el talento de Meyer a la hora de dosificar los distintos hilos de la trama con una presentación progresiva y agobiante de sus distintos personajes y de sus trágicas circunstancias.

Como suele ocurrir, Ricardo Bosque no se equivocó en su recomendación.

Así que seguiremos leyendo a Meyer, que intuyo que merecerá la pena.

jueves, 16 de enero de 2014

Novelas ganadoras del López Torrijos 2013

Ya están a la venta, ya están aquí, la novela ganadora del López Torrijos 2013, Siete puentes sobre el Sena, y la finalista, La colina de los geranios.

María José Aguilar Rueda ganó el López Torrijos 2013 con estos Siete puentes sobre el Sena de los que os dejo la sinopsis.

Siempre hay que volver, mirar atrás, enfrentarse al pasado para esclarecerlo, para recuperar la memoria. Clara, adormecida en el trajinar cotidiano de supervivencia urbana, había olvidado sus orígenes. Una llamada de teléfono la hará mirar de nuevo hacia atrás. Su abuela, antes de morir, quiere legarle un pasado que “quedó abierto”, que no se hizo presente: “en el desván, en un pequeño armario, en una caja roja”… Dejando de lado las contradicciones entre el ambiente rural abandonado que se le presenta y su mundo actual, Clara se dispone a cumplir la misión legada. Encuentra la caja y se hace consciente de que su vida, hasta ese momento, está siendo sólo un “largo plano secuencia por el que desfilan personas…”.

Una hoja arrancada de un libro con un poema, una postal doblada, una fotografía.

Clara tiene la tentación de conservar y custodiar estos recuerdos, dejando que sean sólo eso, recuerdos. Pero, se le presentan como las piezas de un tangram: exigen orden, búsqueda de sentido. Inesperadamente, Javier, su marido, es su aliado y le marca las primeras pistas para iniciar esta búsqueda. Pistas que llevan a Clara a París.

Un libro, una editorial artesanal; silencio y misterio, “sueños escondidos”.

Un poema, paseos al lado del río Sena, unas postales. Étienne.

El carácter mágico de esta búsqueda por las calles de París, con la presencia permanente del río, favorece la ruptura de los muros del resentimiento y del olvido. El abuelo de Etienne, Antoine, pone texto al pasado-que-quedó-abierto de la abuela de Clara: una hermosa y triste historia de amor desde los puentes del Sena. 
 
 
La novela finalista, La colina de los geranios, es obra de María Blázquez Alonso, y su presentación no es menos atractiva:
 
 Año 1940. Finales de Enero. Nelly Sachs logra poner sus pies en la fría estación de Sunne (Suecia), salvada de las garras del monstruo que asolaba Europa, gracias a la intervención de Selma Lagerlöff.

   Consciente de que su vida llega a su fin, Selma encuentra en Nelly el cauce por el que dar rienda suelta a sus sentimientos más íntimos, con audacia: “la felicidad es un descubrimiento, querida, no una posesión; audacia, no casualidad”. Tiene la necesidad de proclamar su amor con Sophie Elkan, su “compañera de vida y de letras”. Selma sabe que Sophie la espera, que “estará al final de las luces aguardando su llegada a la cima de la colina, de noche, con los pies descalzos, sobre la hierba”.

   Son solo dos meses los que Nelly y Selma están juntas, pero no dejan de comunicarse a través de diálogos revestidos de sensual teatralidad, en una atmósfera intimista y cargada de emotividad, sobre los valores que Selma ha manifestado y defendido a lo largo de su vida. Y todo sucede en su querida Märbacka. En la colina de los geranios.
 

 

lunes, 6 de enero de 2014

Mis libros favoritos de 2013

Conociendo como conozco el poder que tengo sobre el público y no queriendo influir en las ventas de librerías y editoriales, he querido dejar que pasaran estos días antes de lanzar esta lista modesta, en la que aparecen mis lecturas favoritas de 2013.

Como siempre, ha habido de todo, novedades y clásicos, novela negra y de otros colores, relatos y ensayo.

No sigo orden alguno, ni siquiera todos son novedades, puesto que siempre me ha resultado decir si un libro es mejor que otro. Lo que sí puedo afirmar es que, de todo lo que ha caído este año, estos son los que más me han gustado, aunque ha habido más que también podrían figurar aquí...

  • Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez.
  • Tu rostro será el último, de João Ricardo Melo.
  • Lágrimas sobre Gibraltar, de Carlos Díaz Domínguez.
  • La tristeza de las tiendas de pelucas, de Patxi Irurzun.
  • Un hermoso lugar para morir, de Malla Nunn.
  • El perfil de los sueños, de Maribel Romero Soler.
  • Naturaleza casi muerta, de Carme Riera.
  • Una llama misteriosa, de Philip Kerr.
  • Petirrojo, de Jo Nesbo.
  • Correr a ciegas, de Javier Díez Carmona.
  • El día del Escorpión, de Paul Scott.
  • Memento mori, de César Pérez Gellida.
  • Purga, de Sofi Oksanen.
  • Donde dejé mi alma, de Jérôme Ferrari.
  • 612 euros, de Jon Arretxe.

Y dentro del género de ensayo, que cada vez leo más, me quedo con Querido Labordeta, de Joaquín Carbonell, que nos acerca deliciosamente el alma de Aragón, esa desconocida, y sobre todo la de aquel hombre maravilloso que tanto gustaba a mi abuela, por sus canciones y por las cosas que decía y hacía.